Orlando Antonio Farías, un boxeador
con una fuerte historia de vida. Del hambre y la miseria a la gloria y la
salvación. Un luchador incansable detrás de este deporte.
Marca registrada: El golpe de gancho ha sido un arma letal en su carrera de boxeador. Con él ha conseguido muchos nocauts.
El viernes
29 de septiembre de 2006 no fue un día más para Orlando Farías. Esa noche,
alrededor de 2000 personas vieron como en el ring armado en pleno campo de
juego del estadio “Las Palmeras” de Bella Vista, se consagraba campeón del
mundo hispano del Consejo Mundial de Boxeo en la categoría crucero. Vencía al
salteño nacido en Tartagal Aaron Soria por puntos luego de doce rounds. El
“push” de sus golpes hacían eco en el abdomen de su rival y en los oídos de
toda la gente que había ido a observar. Esas gruesas y rojas cuerdas del
ring eran testigo de un antes y un después,
que en la vida del púgil, se acababa de marcar.
En el
primer asalto se fracturó la mano izquierda y estuvo a punto de abandonar. 5
milímetros de profundidad en la parte del metacarpo (los huesos que componen
la palma de la mano) le complicaban las cosas. Parecía que su destino siempre iba a
estar marcado por el sufrimiento y la mediocridad. La derrota
asomaba su cabeza para arrancarle todas las ilusiones y despedazar en
pedacitos el corazón. La imagen de su sufrida y triste niñez llena de hambre
y pobreza se le apareció. Entonces se preocupó porque no se sentía bien,
pensó que se le iba su oportunidad, pero su sueño de ser campeón no se lo iban
a robar.
Había
esperado muchos años y se había preparado demasiado para ese momento. Estuvo
dos meses entrenándose duro y haciendo dieta. Verduras cocidas o crudas,
pollo, pescado, carne vacuna asada, agua, mate y galletas sin sal fueran las
comidas a las que se tuvo que amigar. Su nutricionista era el doctor Carlos
Maldonado, un hombre muy reconocido en Tucumán quien por ejemplo tuvo como pacientes
a Hugo Soto (ex boxeador) y Omar Hassan (rugbier profesional) entre otros. También se la pasó enfrentando a jóvenes
sparrings que le adelantaban que lo que se venía no iba a ser fácil.
Llegó
diez puntos a la pelea, su cuerpo era grande y marcado como el de un
fisicoculturista, su ilusión también. El título mundial estaba a sus pies,
pero el destino le había preparado un gran obstáculo otra vez. Y si de eso se
trataba, Orlando sabía cómo lo iba a resolver. Al rival de turno le tenía
recelos, lo había visto pelear con Jorge “Locomotora” Castro y el italiano Vincenzo
Cantatore. Sabía que ganarle a ese tipo experimentado no sería fácil de
lograrlo. Lo respetaba pero solo era eso. Entre el quinto y sexto round tuvo
la posibilidad de noquearlo pero su mano quebrada no se lo permitió.
Una vez
consumada la contienda se puso hielo y al día siguiente toda la palma se le
inflamó; estuvo un buen tiempo parado como consecuencia de haber peleado así
pero que importaba eso, el objetivo se había cumplido. No había ni siquiera
un poquito de espacio para el lamento. “Esa
noche todos se sacaban fotos conmigo, me sentía reconocido. La noticia se
había hecho eco en los medios, ganar esa pelea me permitió dar un salto de
calidad, me abrió muchas puertas y oportunidades. Al día siguiente ya me
habían llamado para ofrecerme pelear en el exterior” recordó 11 años
después con voz fuerte y de mando. Fue ese viernes 29 de septiembre de 2006 cuando sintió
como la gloria invadió su cuerpo por primera vez, se llenó tanto de alegría
como nunca antes que fue algo parecido a tocar el cielo con las manos.
Mientras
tanto entrena en ese pequeño y modesto gimnasio de fachada blanca ubicado en
calle Chile al 750. La poca iluminación, el piso negro y los carteles de
Jesica Cirio y otra rubia totalmente desnudas decoran de manera perfecta el
lugar. Lo acompañan 3 bicicletas
fijas, dos banquitos de madera y dos gomas grandes de ruedas de tractores. En el cielo el gris oscuro más cercano al
negro y el olor a humedad dan la sensación de que en cualquier momento la
tormenta se apoderará de San Miguel de Tucumán. En el Barrio Norte el
movimiento es tranquilo, a pocas cuadras se encuentra el estadio Monumental
José Fierro, el celeste y blanco decoran las paredes del lugar y una de ellas
entona el grito de “goool” con la imagen del “Pulga” de nunca acabar. En la
zona las construcciones antiguas de las casas y los pasodobles de otro
Rodríguez, en este caso el eterno Enrique parecen remontar el barrio a
antiguas épocas.
Experimentado: Orlando Farías el 25/11/2016 en MelBourne, Australia. Ese día peleó por el título de la AMB (Asociación Mundial de Boxeo).
Farías es
un morocho alto y corpulento de 44 años, tiene el pelo negro corto y los ojos
del mismo color y grandes. Es boxeador, promotor de boxeadores y tiene una asociación propia de deportes de contacto pleno. Se caracteriza por ser muy enérgico en todas las
actividades que realiza. Como buen viejo zorro del boxeo es pícaro, audaz y
sabe medir y actuar en todas las situaciones que se le presentan en la vida.
No se deja envolver fácilmente. Su voz
es potente como la de un profesor cuando explicado enojado algo que no se
entiende. Le gusta charlar mucho y sobretodo de las cosas buenas que él hace.
No tanto de sus errores pero sí los de sus rivales. Cuando habla de ellos se enoja
y arruga las cejas. Una lluvia de malos recuerdos invaden su mente en fracción de
segundos.
Nunca se
queda quieto, anda de un lado para el otro, es exaltado y a veces hasta un
poco sospechoso. Adoptó todas las cualidades aprendidas
dentro del ring. Es encerador, decidido y siempre anda activo, empapado de
una vitalidad que mágicamente le resta unos 20 años. Su rutina arranca
temprano, a las 7 de la mañana cuando sale a correr. A la vuelta se junta
con políticos o gente relacionada a los deportes, donde en su función de promotor de boxeadores planifica eventos mes a mes. Reniega, pero sabe que si no “molesta” a los funcionarios no va concretar muchas
cosas, la falta de plata es uno de sus inconvenientes. Luego regresa a casa
donde su esposa y su hija de 3 años lo esperan para el almuerzo familiar. Le
encanta el asado pero la carrera que eligió le impide muchas veces darse el
gusto de comer ese plato tan deseado. Cuando termina lleva a sus mujeres a
realizar sus respectivas actividades. A una al jardín y a la otra al colegio de abogados.
En el momento en que vuelve descansa un rato y esos minutos se vuelven codiciados. Se levanta, busca a sus damas y va al gimnasio a entrenar. Lo acompaña su bolsito negro,
el que siempre está, su compañero, él cual sabe de sus angustias y de sus
alegrías, el que lo escucha cuando sus problemas le quiere contar. Los martes
y jueves de 21 a 22 y los sábados de 14 a 15 enseña artes marciales en MC Gym que está
en calle Junín 1825. Es y fue desde chico un laburador que lucha por llevar el
pan a su casa y actualmente no pierde las esperanzas de tener un trabajo
estable.
Video: Farías entrenando con su hijo.
Hijo de
Orlando Ernesto Farías, un ex delantero del club Sportivo Guzmán y de Norma Beatriz
Sánchez una ama de casa, el boxeador nació el 22 de noviembre de 1973, ese
mismo año asumía en su tercer mandato como presidente el General Juan Domingo
Perón. Es procedente del famoso barrio
Villa 9 de Julio de la provincia de Tucumán que en esa década década sufrió
el cierre del Matadero Municipal ubicado desde 1915 en la calle José
Hernández al 1500. En ese momento cambiaba el destino del lugar, esa época de
crisis económica donde no había un trabajo digno y estable solo trajo ruinas
como el hambre y la delincuencia. Todo un pueblo laborioso lloraba y se
desmoronaba. Los años que se venían no iban a ser para nada alentadores.
En ese
contexto se desarrolló Farías. Cuando tenía 5 años Norma (que hasta ese
momento lo había criado sola ya que su esposo nunca se hizo cargo de su
retoño) decidió juntarse con otro hombre y abandonarlo; con la dictadura
militar al frente del país, este niño crecía de la peor de las formas, su
futuro tenía quizás un solo destino, el que tantos jóvenes de la barriada no
pudieron evitar, al que cayeron siendo víctimas de un período nefasto para
toda una nación. De esos dolorosos recuerdos nunca se va a olvidar. Es una
mancha que la superó pero que nunca la podrá borrar.
Ya para el
año 1981 la situación en el país y en la provincia no era nada positiva. El
pueblo pedía a gritos libertad. Increíble, sus derechos estaban siendo
vulnerados. La patria estaba de luto. La dictadura como forma de gobierno provocó
que más del 50% de los desaparecidos por su macabro régimen fueran obreros,
delegados de fábrica y dirigentes sindicales entre otros. Como resultado de estos actos catastróficos creció el desempleo y aumentó el trabajo
infantil; “Mi abuela no tenía para
darme de comer ni una cama para dormir. Me acostaba en el piso o sino juntaba
cuatro sillas y las usaba para descansar” recordó Orlando. Esta vez no
movió las manos ni tampoco abrió grande los ojos como lo hace siempre. El
silencio sonó fuerte luego de esa triste declaración. El púgil recuerda que solo tenía un par de zapatillas, eran marrones de cuero y cuando llovía les entraba agua
por todos lados y fue entonces ahí cuando el “gluglu” de una corriente de
agua lo empapó de recuerdos. Tan solo 8 años tenía cuando tuvo que salir al
duro y crudo mundo del trabajo, lo hizo en una zapatería y por esas cosas de
la vida ya desde chico aprendió a rasgar a martillazos los problemas que le presentaba de la
vida.
Enérgico: Orlando es muy activo, anda de un lado para el otro. Pero a veces, tiene sus momentos de tranquilidad y de relax.
Consecuencia
de la crianza y del entorno en que se crió, Farías no cursó el secundario.
Solo tiene completo hasta el séptimo grado. La escuela estatal Elmina Paz de
Gallo, ubicada en San Miguel de Tucumán, fue donde concurrió y la que vio
como este joven era víctima de una crisis que a muchos marcó. Algunos errores
de ortografía lo acompañan hasta hoy, son golpes, secuelas que su infancia le
dejó. Pensó en completar sus estudios pero la cargada agenda de
todos sus días se lo impide. Le gustan las mujeres aunque no se considera un
picaflor. Dice que su etapa de “pirata” ya pasó. Ahora vive con dos que se han ganado su corazón.Y sonríe. Su sonrisa
contagia y lo muestra picarón. Pronuncia muy seguido malas palabras. Cuando camina
lo hace seguro, a paso firme sacando pecho y toda su hombría se hace relucir.
Si hay algo
que nunca se olvida es que es un futbolista frustrado. Le encanta jugar a la
pelota, aunque hace buen rato que no toca un balón. Cuando tenía 16 años jugaba de nueve en la tercera de San Martín. Recuerda que decían que era buen jugador. Su sueño era debutar en la primera de Atlético Tucumán,
luego en la de River y por último en la Selección nacional. Como todo pibe; nuevamente la melancolía y la tristeza vuelven hacia él, recuerda que su
padre no lo apoyó y que el trabajo era primordial si quería tener un plato de
comida. Tubo que tomar la difícil decisión de dejar el fútbol. Las desgracias de la vida siempre lo han perseguido.
Su vida de
promotor de boxeadores arrancó a los 38 años, trabajaba para la ATB (Asociación Tucumana de Boxeo) la cual está afiliada a la FAB (Federación
Argentina de Boxeo). Fue allí donde comenzó un sinfín de problemas con su ex
promotor al que prefiero no hacer honor. Farías acusó ser estafado muchas
veces por el mismo y lamentó no haber tenido a alguien que lo haya valorado y
que pudo haber apostado en él. Quién sabe, quizás terminaba siendo un boxeador
mucho más talentoso. “Nocaut” como lo apodan es un hombre sagaz, astuto y
emprendedor. A cualquiera le mete miedo cuando este morocho se para y se
expresa, no por casualidad su robustez y su altura le han permitido ganar
tantas peleas y en algún momento hasta trabajar de seguridad en alguna
bailanta nocturna de la provincia. Como siempre, un trabajador compulsivo.
Hoy tiene
44 años y goza de sus cuatro hijos. Tres de ellos en su primer matrimonio ( dos mujeres y un varón y
uno en el segundo (su hija menor de 5 años). Es y será un referente del boxeo tucumano. Los números lo
avalan. Como profesional ganó 35 peleas de las cuales 23 fueron por nocaut,
de ahí su sobrenombre, y solo perdió 16. De sus títulos se destacan el
Campeonato Internacional de la Comisión Mundial de Boxeo en 2014 y el mundial
de la misma asociación en el 2016 entre otros. Además es presidente de la
Asociación Internacional de Artes Marciales de Contacto Pleno. Sin dudas un
luchador para el bien de este deporte tan amateur, tan castigado, tan
vulnerado en nuestra provincia.
Le gusta
escuchar cumbia, rock nacional, cuarteto y bailar. En sus tiempos libres le
encanta salir a correr y hacer fierros. Vive por y para el deporte. Ama a sus
hijos, para él ellos son lo más importante que tiene en su vida. Esta una de
las pocas veces que expresa sus sentimientos de amor. Es un poco agrandado, osado y también nervioso. Siempre que habla abre grande los ojos.
Orlando tiene cosas buenas como ser un incansable luchador. Casi todo su tiempo lo decida al boxeo y cuando se propone una meta no para hasta cumplirla. Tipos como él que luchan
para el pugilato son escasos. Esa batalla en la que no necesita guantes
ni un ring es sin dudas, la más complicada. Orlando le hace bien a este
deporte y el mundo del boxeo agradece que el fútbol no haya sido su
profesión.
Uno de los
tantos banquitos negros de la Plaza Urquiza será testigo de una impactante
confesión. Le hize una última e inquietante pregunta y un duro recuerdo se
apoderó de este boxeador. Cuando tenía 14 años robó. Robó comida porque tenía hambre. Se
paraliza y se le seca la garganta, es como si las palabras se les acabaran.
La necesidad lo torturaba y los vicios
lo saludaban de cerca. Orlando por unos segundos me observó detenidamente pero esta vez
no me dijo nada, no emitió una sola palabra aunque su mirada me lo ha dicho
todo; el silencio se apoderó del lugar. Está soleado y
hasta el viento se ha callado. Los dos coincidimos y nos damos cuenta de lo
mismo. Los guantes le salvaron la vida.